Anabel Guzmán, en ese entonces jugadora de Colo-Colo, compartía su historia en la serie Eternas Campeonas. Contaba que trabajaba como repartidora de comida y que compartía departamento con una de sus compañeras, la capitana María José Urrutia y su hermano. Anabel llegó de Venezuela en 2019 y sueña con traer a su mamá a vivir a Chile. Colo-Colo se comprometió a ayudarla con los pasajes y a gestionar los trámites migratorios. Su historia nos muestra la realidad de las dobles (o triples) jornadas que deben cumplir las jugadoras, entre entrenamientos y trabajos remunerados, entrenando muchas veces en canchas arrendadas y otras, sin recibir sueldo.
En abril de 2022, las jugadoras de Santiago Wanderers decidieron irse a paro indefinido. Ya en octubre de 2021 habían levantado un petitorio exigiendo mejoras en las condiciones, tales como un lugar de entrenamiento, indumentaria deportiva, duchas con agua caliente, camarines y pagos de locomoción. La dirigencia se comprometió a responder a estas y otras demandas, sin embargo, luego de cinco meses, aún no obtenían respuestas.
“Creemos que seguir aguantando estas situaciones en silencio, no aporta al camino de profesionalización por el que tanto se ha luchado, ya que paralelamente a conseguir contratos profesionales, debemos luchar por dignificar la práctica y fomentar el fútbol femenino desde todas sus aristas, es por esto que nosotras no podemos, y decidimos no seguir conformándonos con lo mínimo sin exigir lo que realmente nos corresponde”, enfatizaron en su declaración publicada a través de sus redes sociales. Esa realidad la evidenció también el reportaje del periodista Diego Mora, donde detalla que “sólo un 5,2% del presupuesto del club se va para las mujeres, y no les entregan sueldos. Excepcionalmente, luego de la pandemia accedieron a entregar trescientos mil pesos en locomoción que los debían dividir entre las más de veinte jugadoras”.
Aunque sabemos que este deporte no es necesariamente feminista, la fuerza de este movimiento a nivel latinoamericano y mundial algo ha tenido que ver con los cambios de paradigma.
Las dirigencias de los clubes señalan que no generan ingresos y por tanto aún no pueden invertir en las ramas femeninas, sin embargo algunos ya comienzan a tener algunos gestos importantes. En Colo-Colo, 21 de 28 futbolistas tienen sus acuerdos contractuales al día, mientras que las siete jugadoras restantes son juveniles que reciben apoyo económico por parte del club. El contrato laboral comienza a ser un sueño cumplido para muchas, trazando el inicio de un camino que será largo en materia de derechos laborales y de género. En otro extremo, Deportes Puerto Montt, bajo la campaña “Nunca Más Solas”, buscó profesionalizar su fútbol femenino y saldar de manera sistemática la deuda histórica. Comenzó por hacerles contratos a dos de sus jugadoras, Alexia Gallardo y Candy Schencke. Lamentablemente hubo una serie de irregularidades en la gestión del club que perjudicaron el trabajo del plantel femenino, las cuales derivaron en el descenso finalizado el campeonato 2023 y ponen en duda la continuidad de la rama femenina de cara al 2024.
La pelea lleva al menos cinco años, protagonizada principalmente por la Asociación Nacional de Jugadoras de Fútbol Femenino anjuff, y en 2019 comenzó la tramitación del proyecto de ley de profesionalización del fútbol femenino.
En abril de 2022, el presidente de la República, Gabriel Boric, firmó el decreto de promulgación de la ley que obliga a los equipos de fútbol femenino a firmar contratos profesionales a las jugadoras que disputen el campeonato nacional. En dicha ocasión, el presidente señaló que “esta ley viene a hacerse cargo de una situación de precariedad que ha vivido el fútbol femenino desde hace muchos años (…) las futbolistas que hoy día son parte de sociedades anónimas deportivas profesionales, pueden tener la certeza de que serán contratadas como corresponde, sin subcontratos y sin tercerización y eso es algo que vamos a fiscalizar”.
Por su parte, la directora de anjuff, Iona Rothfeld, expresó que “este era nuestro objetivo, profesionalizar la actividad. Emocionadas también con el apoyo transversal que hemos tenido de los y las parlamentarias en todos los trámites legislativos. Y esperamos tener el mismo apoyo y más de los clubes, los y las hinchas, y de todas las personas relacionadas al fútbol porque esto lo construimos entre todas y todos”. Además, el día de la aprobación, la presidenta de anjuff, Tess Strellnauer, compartió un discurso donde señaló que “tener igualdad de derechos no necesariamente se traducirá en igualdad de condiciones, ¡y ese es el próximo desafío!”
Las organizaciones deportivas tendrán un plazo de tres años para cumplir con la obligación de efectuar –de manera gradual– la contratación laboral de todas las deportistas.
Durante el primer año, las sociedades anónimas deportivas profesionales que participen en asociaciones o ligas femeninas nacionales, en categorías adultas y que opten a cupos en torneos internacionales deberán tener contratado al menos al 50% del plantel, al segundo año se aumentará la exigencia al 75% y al tercer año, al 100% del plantel.
“Tener igualdad de derechos no necesariamente se traducirá en igualdad de condiciones, y ese es el próximo desafío”
SER FUTBOLISTA, EL SUEÑO DE MUCHAS DESDE SIEMPRE
“En 1895, se fundó en el Reino Unido el que se cree fue el primer equipo femenino de fútbol, el British Ladies Football Club, bajo el mecenazgo de Lady Florence Caroline Dixie, una escritora y corresponsal que pertenecía a la aristocracia escocesa. El equipo pronto ganó mucha fama y llenaba los estadios con hasta doce mil espectadores”, según señala el sitio de Historia del National Geographic. En 1920 las capitanas del Dick, Kerr’s Ladies y sus rivales francesas se besaron antes del pitido inicial, demostrando que ese partido marcaba un hito histórico en el fútbol femenino internacional; sin embargo, la Asociación de Fútbol de Inglaterra decidió prohibirlo, alegando que las mujeres no eran capaces físicamente de practicar un deporte tan rudo.
Así también ocurrió en Brasil en la década de los 40, cuando se decretó que las mujeres no debían jugar al fútbol porque podría dañarles el útero, causar infertilidad o provocar cáncer. “Permitirlo podría incluso poner en peligro el futuro del país”, aseguraban. Muchas décadas después las jugadoras han traído la magia de vuelta y las voces de sus antepasadas futboleras. Nos emocionamos con Megan Rapinoe discutiendo con el expresidente Donald Trump y señalando que “queremos cambiar el mundo, queremos cambiar la forma en la que la gente nos mira, queremos cambiar el juego para siempre” o con la hinchada estadounidense gritando “¡Igualdad salarial!, ¡igualdad salarial!” mientras recibían la Copa del Mundo. También con Christiane Endler siendo elegida la mejor portera del mundo por la FIFA en los premios “The Best”, convirtiéndose en la primera chilena en obtener la uefa Champions League. Hoy podemos ver en televisión abierta los partidos y seguir en las redes las cuentas de los diferentes equipos y jugadoras. Y sin duda, algo cambia en el imaginario social.
Y nos emocionamos aún más cuando las futbolistas profesionales y otras deportistas llegaban cada viernes hasta Plaza Dignidad para decir que la revuelta también tenía fútbol, disidencia, alegría y ganas de luchar. Y ese pareciera ser un sentimiento nuevo, dado por el deporte popular que nos moviliza desde la infancia y protagonizado por mujeres reales: de clase popular, migrantes, trabajadoras, lesbianas, que arman equipo hermanada y apasionadamente. Es un placer verlas jugar, ver a las árbitras haciendo lo suyo y escuchar a las periodistas relatar los partidos. Se notaba el resquemor de hace un tiempo, pero hoy da la sensación de que ya es parte del panorama de quienes gustan del fútbol, acostumbrados al masculino pero que hoy miran con un poco más de respeto a las jugadoras y a todas las mujeres de este entramado.
Las chicas arman la fiesta en la cancha y las “barriletas cósmicas”, como les llaman en Argentina, piden con más fuerza pelotas de fútbol como regalo. Por décadas las niñas han recibidos insultos machistas por jugar al fútbol, y las que insistieron en seguir, continuaron recibiendo insultos, pero siguieron pateando, gambeteando, sudando las camisetas, abrazándose con sus compañeras, llorando en los camarines, sin que los medios oficiales mostraran sus vidas y sus historias, personales y del colectivo. Ni las violencias ni los estereotipos de género se han acabado. Gran parte de la sociedad sigue viendo a las mujeres como madres, esposas y cuidadoras, y a la vez, subestimando nuestras habilidades y capacidades en ámbitos diferentes al familiar.
Y el racismo hacia las jugadoras migrantes, como lo ocurrido en redes sociales contra la delantera de la Roja y de Santiago Morning, Mary Valencia, mientras se desarrollaban los amistosos de Chile versus Venezuela, o el clasismo hacia las que provienen de barrios populares. Todo convive en la lucha de las jugadoras y de otras profesionales del fútbol, que deberían estar concentradas en su entrenamiento, en las próximas fechas, en cumplir sus sueños grandes, pero deben además lidiar con la discriminación y los insultos. Pero son guerreras, dando pisadas y haciendo quiebres de cintura, avanzando con porfía. El mundo va a seguir cambiando y las niñas futboleras ya tendrán camino avanzado gracias a estas luchadoras que las precedieron, con aguante pa regalar.
Este artículo forma parte del primer número de revista Revancha. Puedes conseguir tu ejemplar impreso en nuestra tienda web o escribiendo al correo revancha.zine@gmail.com